DESTINO. Maribel Gilsanz

Destino 1, 2013. Óleo sobre tabla. 40 x 40 cm
¿Sueñan los objetos con destinos pictóricos?
El inesperado lugar que los objetos encuentran en los cuadros de Amadeo recuerda al azaroso destino de los seres humanos. Vivir la vida no es coger un tren donde el destino coincide con el que aparece impreso en el billete. Vivir es estar cogiendo trenes constantes, con el billete unas veces elegido y otras a capricho del conductor. “Sí, ya sé que quieres ir a Málaga, pero te llevaré a París”. Él no quiere descubrir el significado de sus temáticas concretas, prefiere dejarlo en manos del espectador. Confiesa representar la unión de dos mundos: uno sublime y otro cotidiano, poner en conexión la naturaleza y los objetos fabricados. O a la propia naturaleza con elementos inertes que ella misma arroja: hojas secas, ramas rotas. Combina naturaleza viva con naturaleza muerta. Pienso que esta fusión y la forma de plasmarla proporciona un nuevo camino a la pintura de paisaje y a la pintura de bodegón. Establece de forma muy personal la combinación entre ambas. Su conocimiento de la historia del arte se mezcla con su mirada interior, su capacidad de introversión, de sacar de sí, de dentro, del fondo de su propia personalidad, misteriosa como la “personalidad” de sus cuadros.
¿Cómo pueden una alcayata, un tornillo, un enchufe o una canica adquirir una elegancia de auténticas joyas? El secreto está en la manera de pintarlos, esa sutileza de matices, de armoniosos contrates con pincelada o trazo seguros, precisos de forma, color y peso. Ni un gramo de pintura innecesaria. Proporciones áureas, formatos tranquilos… Toda esta elegancia y delicadeza para poder permitirse perturbarnos. Porque no hay nada más inquietante que descubrirte una singular manera de mirar el mundo, atrevida, caprichosa, poética, bella. Con colores propios, de delicadas gamas, conseguidos con mezclas irrepetibles, resultado del talento, la intuición y la experiencia del mucho mirar y del oficio.
Gotas de agua, pastillas, cerillas ardiendo… Lo inerte se personifica y flota sobre personas que son paisaje humano. Escenas en las que parece estar a punto de pasar algo. Guiños al cine que declara utilizando para algunos dibujos el formato de fotograma, con bandas negras incluidas en los márgenes del ancho. Estos en concreto realizados sobre los dos lados del papel (derecho y reverso). Un privilegio poder verlos antes de ser enmarcados y comprobar la transformación del trazo y el efecto espejo.
En el proceso de trabajo, cuando tiene pintado el paisaje o escena de fondo hace numerosos bocetos con distintos elementos sobre él. Sólo algunos de estos elementos alcanzan su destino pictórico. Es curioso contemplar aquellos objetos que viven ese destino a medias, sin llegar a convertirse en obra, prisioneros de una existencia virtual, en el archivo del ordenador. Al espectador sólo le llegan los supervivientes. A estos les vemos cumpliendo su oficio de existir en esos inesperados lugares. Llegaron a “París”.
Objetos que acompañan a solitarios habitantes de íntimos cuartos viviendo en otro plano, como si dos realidades superpuestas fueran una manera más acertada de acercarse a la multiforme y compleja realidad. Cuanto más información paralela, cuanto más contexto, mejor podremos asomarnos al cerrado misterio. A ese misterio neorromántico, de estética sublime, que nos ofrecen sus pinturas.
Henry Miller decía que nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de mirar las cosas. Mirar estas obras es viajar. Viajar a la manera en que Amadeo ve el mundo. Una idea muy proustiana que, hablando de destino, se me une a otras palabras de Proust: “El hallazgo afortunado de un buen libro puede cambiar el destino de un alma”. El hallazgo de la obra de un buen artista, también.
Maribel Gilsanz